A Propósito de la nueva obra del Profesor Juan Alfredo Obarrio Moreno, Iura et Humanitas. Diálogos entre el Derecho y la Literatura, Dykinson, Madrid, 2017.

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En este comienzo de siglo, probablemente repensar el Derecho sea uno de los desafíos más importantes al que se puede enfrentar un jurista. Ante esta disyuntiva, el cruce de los caminos del Derecho con los de otras áreas del conocimiento constituye un espacio abierto a la interdisciplinaridad tan necesaria como obligatoria en un mundo globalizado como el que vivimos. En este marco, el estudio de las relaciones entre el Derecho y la Literatura adquiere especial relevancia, como lo demuestra el prestigio y la  trascendencia que esta interconexión ha alcanzado en buena parta de las Facultades, Programas, Cursos, Institutos de investigación o Masters, tanto estadounidenses como europeos. Dentro de esta línea de pensamiento se halla la obra Iura et Humanitas, un encuentro en lo jurídico y lo literario, entre la reflexión y el diálogo, entre la cultura y el espíritu crítico. Sin duda un libro ejemplar por su concepción y por sus planteamientos, como ahora pasamos a exponer.
 
Encuadrada dentro del movimiento llamado law and literature movement, la monografía del profesor Obarrio se estructura en seis capítulos, precedidos por un exordio. En el primer capítulo, Derecho y Literatura: ¿un extraño maridaje?, el autor afirma que su intención es que su ensayo sea un diálogo en el que el Derecho y la Literatura se interpelen y se afirmen al mismo tiempo y en recíproca relación, “con el fin de articular un pensar riguroso sobre una realidad –la jurídica– que es, a un tiempo, singular, compleja, dinámica y comunitaria”. Para alcanzar esta finalidad, ha buscado “alcanzar un ideal de unidad temática, que no de completa uniformidad”, para lo que ha procedido a estructurar los distintos diálogos en un recorrido diacrónico, es decir, por períodos históricos: Edad Antigua: Antígona, de Sófocles. Edad Media: El nombre de la rosa, de Umberto Ecco. Edad Moderna: Castellio contra Calvino, de Stefan Zweig. Edad Contemporánea: El juego de los abalorios, de Hermann Hesse. Finalmente, a modo de epílogo: Ante la Ley, de Kafka. Una labor compleja y encomiable, que se aleja del lineal y académico pulular de libros sin un orden establecido. La razón que esgrime nuestro autor es muy clara: su idea es revisar la evolución del pensamiento jurídico a lo largo de los distintos períodos de la Historia; un Derecho que refleja, cuando no conforma, buena parte de la concepción ética y socio-política de cada época. Una empresa que requiere años de estudio, de cientos de lecturas y de muchas horas de elaboración y reelaboración. Como lo demuestra sus cuatrocientas cuarenta y cuatro páginas, sus más de mil seiscientas notas y su amplísimo apéndice bibliográfico (veinticinco páginas).
 
En el segundo capítulo, La Edad Antigua. Ley y Conciencia: Antígona, el autor analiza la relación que existe entre el Derecho natural y el positivo, entre la ley y la conciencia, entre la moral y el orden social, entre el Estado y el individuo, entre la coacción y la desobediencia civil. Un denso y ejemplar capítulo en el que se señala que frente a la disyuntiva de decir sí a una ley que constriñe un deber moral basilar ligado a la integridad de la conciencia, o acogerse a la verdad que ella siente y vive, Antígona se convierte en una disidente de la ley, del decreto promulgado por Creonte, pero no del Derecho, de un Ordenamiento entendido como el ámbito donde se manifiesta la justicia y la ley no escrita de los dioses, valores que el legislador debe conocer y recoger, porque verdad y justicia no pueden ser productos de la mera voluntad arbitraria del legislador. De ahí que, en palabras del autor, “Antígona sostenga, aun sin decirlo, veritas, non auctoritas facit ius; razón por la que decide obedecer a su conciencia y a la Justicia, que son los fundamentos últimos del Derecho y de la propia dignidad de la persona, y no a una ley que, al separarse de la necesaria dimensión ético-racional, se sitúa fuera del bien particular y del bien común, lo que la convierte en una proposición de escaso alcance, incapaz de generar las condiciones mínimas para que la sociedad se desarrolle sobre las coordenadas de la convivencia y el respeto a las creencias y valores”. Una conciencia que convierte a Antígona en un claro ejemplo de desobediencia civil, según la terminología de John Rawls.
 
En el tercer capítulo, La Edad Media. Verdad y proceso: El nombre de la rosa, el autor se adentra en un tema bien conocido: el de la recepción del derecho romano-canónico en la Edad Media, así como el nacimiento del saber jurídico bajo-medieval, con el surgimiento de las Universidades y el resurgimiento de los monasterios como centros de saber y de cultura. Con carácter ejemplificador, el autor aborda el estudio de la prueba judicial, donde expone cómo los textos bajo-medievales nos presentan un conjunto complejo y no siempre jerarquizado de pruebas, tendentes a conseguir el fin último: la obtención de una plena probatione, de una prueba que impidiera condenar a un reo por una mera sospecha o presunción. A esta finalidad contribuirán las dos piezas esenciales de este régimen, a saber: la carga de la prueba y los medios probatorios, tales como la prueba testifical, la confesión o la tortura; pero también estudia y analiza los delitos de homicidio y herejía, las Asambleas de Paz y Tregua, las reglas jurídicas romanas, los vocablos jurídicos o los autores clásicos que conformaron el saber jurídico de la Antigüedad y que están presentes a lo largo de la obra. Un análisis de una época y de una cultura, la medieval, heredera directa de la Antigüedad clásica, y del Derecho romano en particular. Un cuadro complejo que el autor sabe describir gracias a su notable erudición y de un baje académico que le ha llevado a publicar numerosas monografías sobre el Derecho romano y su recepción en la Edad Media, lo que se evidencia a lo largo de este estudio.
 
En el cuarto capítulo, La Edad Moderna. El poder frente a la libertad religiosa: Castellio contra Calvino, el autor se adentra en un período convulso de la Historia, como fue el de las guerras de religión, no tanto para analizar este conflicto, sino para subrayar una idea seminal en el ámbito del Derecho, como es la que afirma que sin Estado de Derecho, no existe la ley, la libertad ni la paz social. En el fondo, estamos ante un ensayo ejemplar sobre el totalitarismo, porque éste “constituye una ruptura con todas nuestras tradiciones y criterios morales, así como con nuestro pensamiento político. Una quiebra que nace porque el totalitarismo, en cualquiera de sus facetas y ámbitos, designa el ansia de poder, el deseo de dominar, el terror, y lo que se denomina una estructura monolítica del Estado”. Pero también nos hallamos ante una minuciosa reflexión sobre la libertad de conciencia y la libertad religiosa, de una defensa del respeto a la diversidad.
 
En el quinto capítulo, La Edad Contemporánea. El Derecho a la educación: El juego de los abalorios, se aborda un tema que conoce bien, y sobre el que ya ha trabajado anteriormente: la evolución del concepto de paideia griega o de humanitas romana, de un saber que tiene sus orígenes en las calles de la Grecia socrática, que se adentra en el ágora y en el foro romano de la mano de Cicerón, que renace en la Baja Edad Media, con el desarrollo de las Universidades, y que se reivindica con la Ilustración, hasta asentarse definitivamente en los albores del siglo XX; saberes que buscan una formación integral del ser humano, el cultivo de los studia humanitatis y no la especialización. Y en esa humanitas se halla la Castalia descrita por Hermann Hesse, donde se nos muestra una sociedad, una “provincia pedagógica” llamada Castalia, en donde los intelectuales se entretenían con la lectura de los grandes libros que habían educado a la Humanidad. Un juego empírico que se plantea como un sistema en el que se combinan todas las ciencias del conocimiento. Un juego en el que se incentiva a descubrir ese anhelo de totalidad al que están llamados aquellos privilegiados que, como el magister ludiJosef Knecht, han renunciado a toda ambición, a todo bien material, con tal de alcanzar la perfección de ese saber inmortal que hace a los hombres libres de cualquier atadura que no sea la sabiduría. Un conocimiento que se ha convertido en una vocación, en un destino, en una idílica misión, la que lleva a cada jugador a sentir el deseo de ver cómo se destierra de los suburbios de la vida ese afán absurdo, casi abyecto, de vivir pendientes de una quimera inalcanzable: la construcción de un mundo admirable, en el que el progreso, la técnica y esa lógica a la que llaman Ciencia erradicará la vieja visión de una sociedad sombría, en la que los instintos, la crueldad y la superstición conformaban el ágora por el que transitaban unas vidas llenas de un pasado al que, en su interior, llamaban futuro, y que no es otro que el drama de la existencia humana. Sin duda, un capítulo en el que el autor despliega toda su gran erudición y su conocimiento del Derecho, en especial del Derecho de la Antigüedad.
 
Finalmente, a modo de epílogo, el autor dedica un pequeño estudio al breve texto de Kafka, Ante la ley, una parábola que gira en torno a la idea de la Justicia como obstáculo para el ciudadano; de un individuo sin identidad –llamado K – que ve cómo se le incrimina sin una causa que lo justifique, ni un tribunal que le juzgue. Es la parábola de una sociedad en la que el Derecho, como el Estado, se halla envuelto en una nebulosa difícil de descifrar. Y cuando así ocurre, cuando la arbitrariedad se impone a la certeza, la Justicia decae, el Derecho se difumina y la sociedad vive presa de la tiranía de un poder cuyo origen es tan desconocido como los representantes que lo ostentan. Una metáfora nada alentadora, pero de la que se sirve el autor para reivindicar la importancia del Derecho como eje vertebrador de la sociedad. Reflexiones jurídicas de gran calado, de las que todos, sin exclusión, deberíamos tomar buena nota.
 
En definitiva estamos ante una obra que, aunque novedosa en su estructura y planteamiento, es ya un clásico. Y lo es porque, como afirmaba Italo Calvino, es una obra que siempre estaremos leyendo y releyendo, y lo haremos porque en ella podremos hallar las grandes cuestiones que surgen en el ámbito del Derecho. Temas que nos pueden incardinar a una reflexión sobre la existencia humana, su toma de conciencia, su libertad, su forma de ser y de estar en el mundo, o que nos pueden acercar a comprender el problema de la convivencia o el respeto a las leyes, creencias y culturas. No reconocerlo, nos alejaría de la verdad académica.
 
Luis de las Heras Vives, Abogado, Vicepresidente del IDIBE
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