Víctima de violencia de género y confinamiento por coronavirus: un factor más de riesgo.

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IDIBE

Autora: Dra. Raquel Borges Blázquez, Contratada Postdoctoral POP, Universidad de Valencia.

El 31 de diciembre de 2019 la OMS recibió un comunicado de las Autoridades de la República Popular China de la existencia de varios casos de neumonía de etiología desconocida en la ciudad de Wuhan, en la provincia de Hubei. Una semana más tarde se confirmó que se trataba de un nuevo coronavirus, denominado SARS-CoV-2, causante de diversas manifestaciones clínicas englobadas bajo el término COVID-19 (https://www.mscbs.gob.es/profesionales/saludPublica/ccayes/alertasActual/nCov-China/documentos/Manejo_urgencias_pacientes_con_COVID-19.pdf; https://doi.org/10.2807/1560-7917.ES.2020.25.9.2000202). Casi cuatro meses después, China parece estar superando el virus. En cambio, Europa está viviendo tiempos dignos de un episodio de Black Mirror. A día de hoy, el número de muertes en Italia doblan a los fallecidos en China y España supera a China en decesos  (https://www.mscbs.gob.es/profesionales/saludPublica/ccayes/alertasActual/nCov-China/situacionActual.htm).

Esta situación, sin precedente en la historia de la democracia española, ha llevado al Gobierno a promulgar el pasado 14 de marzo el Real Decreto 463/2020 por el que se declara el estado de alarma para la gestión de la situación de la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19. Posteriormente modificado mediante el Real Decreto 465/2020, de 17 de marzo, que amplía las restricciones para reforzar la protección de la salud pública y asegurar el funcionamiento de servicios públicos esenciales. Desde entonces, tenemos limitada nuestra libertad de circulación para intentar frenar la curva de contagio del coronavirus.

Con el lema #Quédateencasa nos hemos recluido todos y todas en nuestros hogares. Europa se ha dormido y al otro lado del atlántico siguen nuestros pasos. La Puerta de Alcalá ve pasar el tiempo sin compañía, los canales de Venecia se han limpiado, los museos no tienen visitantes y los teatros han cerrado sus puertas. La realidad supera a la ficción. Escenarios apocalípticos como las imágenes de una ciudad de Nueva York desierta de la película Soy Leyenda se han convertido en una imagen cotidiana. El puente de Brooklyn está casi vacío y, desde allí, puede contemplarse un Manhattan que se antoja desierto. Mientras tanto, la contaminación se ha reducido en un 64% en España (https://www.lne.es/cambio-climatico/2020/03/24/alarma-espana-reduce-contaminacion-aire/2616305.html) y la calidad del aire mejora en los países con coronavirus. Como hace unas semanas indicó Morelli, “En una era en la que el cambio climático está llegando a niveles preocupantes por los desastres naturales que se están sucediendo, a China en primer lugar y a otros tantos países a continuación, se les obliga al bloqueo; la economía se colapsa, pero la contaminación baja de manera considerable. La calidad del aire que respiramos mejora, usamos mascarillas, pero no obstante seguimos respirando…” No me cabe la menor duda de que, antes o después, superaremos esta pandemia. Que volveremos a llenar las calles y a abarrotar los teatros, bares y museos. Cuando consigamos descender la curva de contagio y las calles vuelvan a ser un lugar seguro para todos y todas. Pero, ¿qué pasa cuando el peligro está en casa? Cuando convives con tu agresor, sin posibilidad de escapar. Cuando, literalmente, tu casa se ha convertido en tu prisión.

Nos han pedido que paremos. Que nos quedemos lo más quietos posible. Que colaboremos con nuestro personal sanitario reduciendo al máximo nuestra actividad y salidas a la calle. Pero esta crisis sanitaria trae consigo otras situaciones a las que también debemos dar respuesta. Una de las más visibles es la vertiente laboral, conocidos y familiares han sufrido las consecuencias de la paralización de la economía de un país [a este respecto, pueden leerse diversos comentarios del Prof. Taléns Visconti: “La ‘enfermedad profesional’ ocasionada por el aislamiento y contagio por ‘coronavirus’: reflexiones en torno al RDL 6/2020, de 10 de marzo” en Tribuna IDIBE y “Medidas extraordinarias de cotización en los ERTES por fuerza mayor relacionados con el COVID-19 (artículo 24 RDL, 8/2020 de 18 de marzo)” en El Foro de Labos]. Una de las consecuencias más invisibles de la crisis del coronavirus viene representada por la realidad de las mujeres víctimas de violencia de género que, quedándose en casa, quedan a merced de su agresor las 24 horas del día y todos los días de la semana. La familia aparece tradicionalmente como un lugar de reposo y tranquilidad, base de la seguridad física y psicológica de las personas que la componen. Pero en realidad es un marco que permite que las normas de poder y agresión se desarrollen de forma habitual mientras la sociedad cierra los ojos ante los “asuntos de alcoba”. No en vano, tan solo seis días después de que comenzase la cuarentena, el periódico ABC ofrecía este titular: “Prisión para el hombre que intentó matar a su mujer rajándole el cuello en la Macarena. La víctima, a pesar de perder mucha sangre, pudo llegar con vida al hospital, donde se encuentra ingresada”.

En una situación como la actual, el Estado mantiene su obligación positiva de proteger a las víctimas de violencia en el hogar. Porque la violencia de género ni es, ni puede seguir siendo, tratada como un problema privado. Es una violación flagrante de Derechos Humanos contra la que tenemos que luchar toda la sociedad civil y, sobre todo, los poderes públicos. Parafraseando a Martínez García, la violencia de género es un problema de todos y todas que sufrimos las mujeres. Y es necesario que todos y todas nos posicionemos en su contra, implicar al hombre igualitario y aislar al maltratador para que comprenda que en este nuevo modelo de sociedad no es aceptable su comportamiento (Martínez García, E.: “La igualdad y la violencia de género: elementos para la reflexión en España y en Europa”, en J. Hurtado Pozo (dir.): Género y Derecho Penal, Instituto Pacífico, 2017, pp. 169-170). Por ello, en la situación del estado de alarma, con las dificultades que añade el aislamiento en los hogares y el cierre de servicios, el Ministerio de Igualdad ha publicado la “Guía de actuación para mujeres que estén sufriendo violencia de género en situación de permanencia domiciliaria derivada del estado de alarma por COVID-19” (Puede consultarse esta información en: http://www.violenciagenero.igualdad.gob.es/informacionUtil/covid19/home.htm)

Por lo que a los servicios generales respecta, el 016 sigue funcionando con normalidad 24 horas todos los días de la semana, tanto por teléfono como por e-mail. Además, se ha puesto al servicio de las víctimas un número de Whatsapp para ofrecerles apoyo emocional inmediato. Ahora bien, no siempre va a ser posible para las víctimas realizar una llamada si su agresor también está en casa a todas horas. Por eso, ante una situación de emergencia las víctimas pueden utilizar la APP ALERTCOPS desde la que se enviará a la policía una señal de alerta con la localización exacta. Las órdenes de protección y de alejamiento continúan en vigor y todo quebrantamiento será sancionado. Uno de los miedos de las víctimas de violencia de género en estos tiempos será si pueden ser sancionadas y multadas por salir a la calle en un intento de escapar de su agresor. La referida guía es tajante al afirmar que en situaciones de peligro o emergencia se entiende justificada la salida del domicilio para dirigirse a los recursos policiales, judiciales o de otro tipo disponibles.

En el caso de parejas con hijos en común, si la mujer víctima de violencia de género tiene la custodia, el Acuerdo del Consejo General del Poder Judicial de 13 de marzo de 2020 contempla la posibilidad de que el juzgado de familia competente acuerde la suspensión cautelar de las visitas durante el estado de alarma valorando el riesgo de contagio derivado de la movilidad de los/as menores. En el caso de la custodia compartida la guía indica que “dada la situación de riesgo que supone el traslado de las hijas o hijos menores de edad de un domicilio a otro y las limitaciones vigentes a la libertad de circulación, se aconseja que en estos casos permanezcan en el domicilio del progenitor en el que se encontrasen cuando se declaró el estado de alarma o, si ha habido ya cambios, en el último domicilio”. Esta situación deberá comunicarse al otro progenitor y cabe la compensación de días, por mutuo acuerdo o resolución judicial, cuando finalice el estado de alarma.

En definitiva, esta situación agrava la ya complicada situación que viven las mujeres víctimas de violencia de género en nuestro país. Y es que no debemos olvidar que las víctimas de violencia de género tienen una característica que no encontramos en el resto de víctimas de delito: quieren, o han querido, a su agresor. Podemos dividir el ciclo de la violencia en tres fases: acumulación de tensión – agresión – reconciliación (luna de miel). En el periodo de reclusión por confinamiento los periodos de tensión, agresión y de luna de miel van a entrar en una espiral donde cada vez habrá menos luna de miel y más violencia (y con una víctima más sumisa y más sometida). Por ello, no quisiera finalizar estas líneas sin recordar que la obligación de luchar contra la violencia de género es de todos y todas. Ahora que vamos a pasar mucho tiempo en casa, si tenemos razones para pensar que nuestra vecina está pasando por una situación de violencia de la que no puede salir, también tenemos una obligación moral y legal de informar a las autoridades para que el coronavirus no se cobre más víctimas colaterales.

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